¡Cambiar el rumbo!

No nos queda otro camino liberador más que el de no seguir siendo los mismos que hemos sido. Los ladinos, manipulados con arquetipos de blancura y arrogancia, ignorantes de nuestra historia, debemos abandonar privilegios y tufos racistas y abrirnos a hacer puentes que valoren nuestra diversidad. Los indígenas, manipulados con arquetipos de obediencia resentida, ignorantes de nuestra historia, debemos abandonar las lógicas de sobrevivencia convenenciera y abrirnos a hacer puentes que valoren nuestra diversidad. Mujeres y hombres, hombres entre hombres y mujeres entre mujeres, debemos desplegarnos al cambio personal y colectivo hasta que no haya condiciones para que renazca tanto desprecio y violencia entre nosotras(os) mismas(os). Nuestro problema es que aceptamos y normalizamos el sometimiento. Debemos cambiar antes de que sea demasiado tarde.

La política social en Guatemala siempre ha tenido una impronta: meterle zancadilla al otro o a la otra.  La política pública nació criminal y oportunista; nació antipopular, antidemocrática, para doblegar, explotar y matar. Aquí, la política ha sido la relación que la oligarquía creó con sus patrimonios: a puro despojo, militarizando comunidades, con tiranías y partidos de cartón, censurando y negando a la ciudadanía. Estamos enfrascados en una política de miedos y abusos, sin educación, sin salud, sin comida, sin trabajo justo, sin dignidad, sin libertad, sin derechos.

En este país la política nunca ha tenido lo que debe tener toda política moderna: sentido básico de comunidad, corresponsabilidad social, un pathos de bien común. Las escuelas y todos los espacios públicos funcionan para adoctrinarnos acerca de separar al Estado de la sociedad e imponer al Estado sobre la sociedad, y así venimos a caer, mamando todas las opresiones, en chaquetear a políticos o alejarnos hartos e indiferentes de la política, empeñados en tirar al niño con todo y el agua sucia.

El peor neoliberalismo del planeta fue impuesto en Guatemala desde la Colonia: el Estado ha servido estrictamente para organizar y potenciar al mercado y a la finca oligarcas, su tarea ha sido armar los despojos contra los pueblos indígenas y sostener una geopolítica para la división social y la tierra arrasada. Nos trata como servidumbre y enemigos. Nos arrebata el derecho a una vida colectiva libre y sana. El sistema de dominio ha privatizado nuestras vidas, las orienta a la sobrevivencia y al derroche y nos quiere sin sentido de comunidad. Mientras tanto, muchos jueces, fiscales y diputados canallas asumen la espuria tarea de chapucear al sistema, creyendo estúpidamente que su impunidad será eterna. Con excepción del 44-54, la política ha sido usurpada por idiotas, mercachifles y corruptos.

Hay que cambiar ese rumbo. La impunidad no debe durar más. La participación política ciudadana tiene que dar un salto radical. Eso solo será posible si alzamos nuestra indignación. Urge en las urnas y en las calles a juventudes que nos llamen a relevantar nuestro histórico espíritu revolucionario para recuperar lo que nos han arrebatado: historia, territorios, vida comunal, idiomas, paz, salud, autonomías, acervo para cuidarnos y cuidar la vida. El cambio exige apropiamos de la política para atender las necesidades desde abajo, decidiendo sobre nuestros problemas y sueños.

Debemos instalar el derecho al bien común porque no existe en nuestro sistema jurídico. Las comunidades deben decidir sobre sus vidas y no las corporaciones. Debemos dejar de estar del tingo al tango con las veleidades de los bolsillos de cada gobernante de turno. Necesitamos una corriente política que llame a cambios liberadores. Urgen espacios para reorganizar los servicios sociales y los intercambios económicos. La mejor participación política será para rehacer lo público y potenciar el protagonismo de la sociedad.

Necesitamos una fuerza unitaria en el Congreso capaz de convocar a un período constituyente y rediseñar normas e instituciones, donde sea la comunidad la fuente del derecho económico constitucional y la economía asegure la inclusión, el bienestar, proteja la biodiversidad, reproduzca la equidad entre mujeres y hombres y entre pueblos. Urge articular la voz de todos los pueblos en el Congreso para orientar la participación política hacia fortalecernos como sociedad, a la que debe obedecer el Estado. Un Estado Popular y Plurinacional, respetuoso de todas las identidades, debe promulgar justicia social, justicia territorial y justicia fiscal, lo que solo será una realidad si cambiamos el rumbo de complacencia a los corruptos y los expulsamos de Guatemala con todo y su sucia política.

Autor: Tania Palencia

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